La llama

La conversión de San Agustín es el fuego del corazón tocado por el amor y la palabra de Dios que arde como un solo corazón y una sola alma para  Dios. “Tu me tocaste, y ahora estoy ardiendo en el deseo de tu paz..” Este fue el ideal que encontró en el modo de vida de los seguidores de Jesús:
“La multitud de los fieles era un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba propiedad particular las cosas que poseía, sino que todo era puesto en común entre ellos.” (Actos de los Apóstoles 4,32)

Procurando vivir a ejemplo de los primeros cristianos, de San Agustín y de sus amigos, que dejaron este lema para todas las comunidades agustinianas “una sola alma y un solo corazón para Dios”, recemos con las mismas palabras que San Agustín escribió:

“Señor, manda y ordena lo que quieras, pero limpia mis oídos para que oigan  tu voz; sana y abre mis ojos para que descubran tus indicaciones. Aleja de mí la ignorancia, para que reconozca tus caminos. Dime para donde debo dirigir  mi mirada para verte a ti y, de ese modo, poder cumplir tus mandamientos”.
Ó Padre, haz que te busque sin incidir en el error. Que, al buscarte, nadie salga a mi encuentro en tu lugar. Sal tú, a mi encuentro, pues mi único deseo es poseerte. Y, si hay en mi algún deseo superfluo, elimínalo tu, para que yo pueda llegar a ti.(San Agustin – Solilóquios 1,5.6).

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