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La solidaridad


¡Cuánto valoramos una mano amiga ante las necesidades! ¡Qué bien nos hace el que  alguien nos ayude o ayudemos a alguien en momentos de dificultad! En ambos momentos hemos percibimos el valor de la SOLIDARIDAD.
La solidaridad no es una obligación ni un sentimiento superficial. No se puede ver como un simple deber por pertenecer a un grupo (familiar, laboral, político o religioso), ni como un sentimiento que nace en nosotros cuando vemos a los demás ante necesidades. Es más bien una actitud de entrega, de apoyo, de colaboración que se asume voluntariamente, de forma constante y que supone generosidad.
Vivir la solidaridad llena el corazón de seguridad, estímulo y paz. ¿Quién no ha experimentado la alegría de poder ser útil a los otros y ver sonreír a quien se apoya o ayuda ante la adversidad? Uno se ve estimulado a auxiliar a los demás de manera frecuente y se posee la convicción de que es la manera correcta de obrar en esas circunstancias.
La solidaridad debe prestarse en la vida diaria y de todas las formas posibles. A veces es más fácil prestar ayuda a gente lejana a nosotros que a esas otras que se convive a diario. La familia, el trabajo o la comunidad son espacios magníficos en la que podemos ser solidarios de forma habitual. Con los que cohabitamos podemos dar diversas manifestaciones de solidaridad, por ejemplo, hasta de manera verbal. Dar apoyo moral, escucha atenta, acompañamientos, servicios, etc.

Encar

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