Esta expresión, que en la actualidad solemos utilizar para elogiar la elegancia y pulcritud de la vestimenta de alguna persona, tiene su origen en los antiguos usos de la caballería.
En ese tiempo, en cambio, el dicho se aplicaba a los caballeros que solían llevar todas las armas del arnés desnudas y listas para el combate y como estas eran de acero bruñido, centelleaban al sol con una blancura resplandeciente, es decir, los caballeros iban de punta en blanco.
Esta expresión es la misma que da origen a la frase armas blancas, aludiendo a que son cortantes, en contraposición con las llamadas armas negras, que eran las que se utilizaban en la práctica de la esgrima y que no eran cortantes ni punzantes; asimismo, eran también llamadas armas negras las que permanecían envainadas.
Por analogía, con el correr del tiempo, el modismo ir de punta en blanco vino a aplicarse también al acto de vestir suntuariamente -ya sea de uniforme o etiqueta- y con el máximo esmero, tal como lo hacen en la actualidad muchas personas.
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