JUAN 3, 16-18
Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a
dar a su Hijo único, para que todo el que le presta su adhesión tenga vida
definitiva y ninguno perezca. Porque no envió Dios el Hijo al mundo para que dé
sentencia contra el mundo, sino para que el mundo por él se salve. El que le
presta adhesión no está sujeto a sentencia: el que se niega a prestársela ya
tiene la sentencia, por su negativa a prestarle adhesión en su calidad de Hijo
único de Dios.
CONFIAR EN DIOS
El esfuerzo
realizado por los teólogos a lo largo de los siglos para exponer con conceptos
humanos el misterio de la
Trinidad apenas ayuda hoy a los cristianos a reavivar su
confianza en Dios Padre, a reafirmar su adhesión a Jesús, el Hijo encarnado de
Dios, y a acoger con fe viva la presencia del Espíritu de Dios en nosotros.
Por eso puede ser
bueno hacer un esfuerzo por acercarnos al misterio de Dios con palabras
sencillas y corazón humilde siguiendo de cerca el mensaje, los gestos y la vida
entera de Jesús: misterio del Hijo de Dios encarnado.
El misterio del
Padre es amor entrañable y perdón continuo. Nadie está excluido de su amor, a
nadie le niega su perdón. El Padre nos ama y nos busca a cada uno de sus hijos
e hijas por caminos que sólo él conoce. Mira a todo ser humano con ternura
infinita y profunda compasión. Por eso, Jesús lo invoca siempre con una
palabra: "Padre".
Nuestra primera
actitud ante ese Padre ha de ser la confianza. El misterio último de la
realidad, que los creyentes llamamos "Dios", no nos ha de causar
nunca miedo o angustia: Dios solo puede amarnos. Él entiende nuestra fe pequeña
y vacilante. No hemos de sentirnos tristes por nuestra vida, casi siempre tan
mediocre, ni desalentarnos al descubrir que hemos vivido durante años alejados
de ese Padre. Podemos abandonarnos a él con sencillez. Nuestra poca fe basta.
También Jesús nos
invita a la confianza. Estas son sus palabras: "No viváis con el corazón
turbado. Creéis en Dios. Creed también en mí". Jesús es el vivo retrato
del Padre. En sus palabras estamos escuchando lo que nos dice el Padre. En sus
gestos y su modo de actuar, entregado totalmente a hacer la vida más humana, se
nos descubre cómo nos quiere Dios.
Por eso, en Jesús
podemos encontrarnos en cualquier situación con un Dios concreto, amigo y
cercano. Él pone paz en nuestra vida. Nos hace pasar del miedo a la confianza,
del recelo a la fe sencilla en el misterio último de la vida que es solo Amor.
Acoger el Espíritu
que alienta al Padre y a su Hijo Jesús, es acoger dentro de nosotros la
presencia invisible, callada, pero real del misterio de Dios. Cuando nos
hacemos conscientes de esta presencia continua, comienza a despertarse en
nosotros una confianza nueva en Dios.
Nuestra vida es
frágil, llena de contradicciones e incertidumbre: creyentes y no creyentes,
vivimos rodeados de misterio. Pero la presencia, también misteriosa del
Espíritu en nosotros, aunque débil, es suficiente para sostener nuestra
confianza en el Misterio último de la vida que es solo Amor.
José Antonio Pagola
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