JUAN 20, 19-23
Ya anochecido, aquel día primero de la
semana, estando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos,
por miedo a los dirigentes judíos, llegó Jesús, haciéndose presente en el centro,
y les dijo: - Paz con vosotros. Y dicho esto, les mostró las manos y el
costado. Los discípulos sintieron la alegría de ver al Señor. Les dijo de
nuevo: - Paz con vosotros. Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo
también a vosotros. Y dicho esto sopló y les dijo: - Recibid Espíritu Santo. A
quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se
los imputéis, les quedarán imputados.
VIVIR A DIOS DESDE DENTRO
Hace
unos años, el gran teólogo alemán, Karl Rahner, se atrevía a afirmar que el
principal y más urgente problema de la Iglesia de nuestro tiempo es su "mediocridad
espiritual". Estas eran sus palabras: el verdadero problema de la Iglesia es "seguir
caminando con resignación y aburrimiento cada vez mayores caminos comunes de
una mediocridad espiritual."
El
problema no ha hecho más que agravarse en estas últimas décadas. De poco han
servido los intentos de reforzar las instituciones, salvaguardar la liturgia o
vigilar la ortodoxia. En el corazón de muchos cristianos se está apagando la
experiencia interior de Dios.
La
sociedad moderna ha apostado por "el exterior". Todo nos invita a
vivir desde fuera. Todo nos presiona para movernos con prisa, casi sin
detenerse en nada ni en nadie. La paz no encuentra rendijas para penetrar hasta
nuestro corazón.
Vivimos
casi siempre en la corteza de la vida. Se nos está olvidando lo que es saborear
la vida desde dentro. Por ser humana, a nuestra vida le falta una dimensión
esencial: la interioridad.
Es
triste observar que tampoco en las comunidades cristianas sabemos cuidar y
promover la vida interior. Muchos no saben lo que es el silencio del corazón,
no se enseña a vivir la fe desde dentro. Privados de la experiencia interior,
sobrevivimos olvidando nuestra alma: escuchando palabras con los oídos y
pronunciando oraciones con los labios, mientras nuestro corazón está ausente.
En
la Iglesia se
habla mucho de Dios, pero, ¿dónde y cuándo escuchamos los creyentes la
presencia callada de Dios en lo más profundo del corazón? ¿Dónde y cuándo
acogemos al Espíritu del Resucitado en nuestro interior? ¿Cuándo vivimos en
comunión con el Misterio de Dios desde dentro?
Acoger
el Espíritu de Dios quiere decir dejar de hablar sólo con un Dios al que casi
siempre colocamos lejos y fuera de nosotros, y aprender a escucharlo en el
silencio del corazón. Dejar de pensar a Dios con la cabeza, y aprender a
percibirlo en lo más íntimo de nuestro ser.
Esta
experiencia interior de Dios, real y concreta, transforma nuestra fe. Uno se
sorprende de cómo ha podido vivir sin descubrirlo antes. Ahora sabe por qué es
posible creer incluso en una cultura secularizada. Ahora conoce una alegría
interior nueva y diferente. Me parece muy difícil de mantener por mucho tiempo
la fe en Dios en medio de la agitación y la frivolidad de la vida moderna, sin
conocer, aunque sea de manera humilde y sencilla, alguna experiencia interior
del Misterio de Dios.
José Antonio Pagola
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