MATEO 10, 37-42
El que quiere a su padre o a su madre más que a mí,
no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es
digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que
ponga al seguro su vida, la perderá, y el que pierda su vida por causa mía, la
pondrá al seguro. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me
recibe a mí recibe al que me ha enviado. El que recibe a un profeta en calidad
de profeta tendrá recompensa de profeta; el que recibe a un justo en calidad de
justo, tendrá recompensa de justo; y cualquiera que le dé a beber aunque sea un
vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por su calidad de discípulo, no se
quedará sin recompensa, os lo aseguro.
LA FAMILIA NO ES INTOCABLE
Con frecuencia, los creyentes hemos defendido la
«familia» en abstracto, sin detenernos a reflexionar sobre el contenido
concreto de un proyecto familiar entendido y vivido desde el Evangelio. Y, sin
embargo, no basta con defender el valor de la familia sin más, porque la
familia puede plasmarse de maneras muy diversas en la realidad.
Hay familias abiertas al servicio de la sociedad y
familias replegadas sobre sus propios intereses. Familias que educan en el
egoísmo y familias que enseñan solidaridad. Familias liberadoras y familias
opresoras.
Jesús ha defendido con firmeza la institución
familiar y la estabilidad del matrimonio. Y ha criticado duramente a los hijos
que se desentienden de sus padres. Pero la familia no es para Jesús algo
absoluto e intocable. No es un ídolo. Hay algo que está por encima y es
anterior: el reino de Dios y su justicia.
Lo decisivo no es la familia de carne, sino esa
gran familia que hemos de construir entre todos sus hijos e hijas colaborando
con Jesús en abrir caminos al reinado del Padre. Por eso, si la familia se convierte
en obstáculo para seguir a Jesús en este proyecto, Jesús exigirá la ruptura y
el abandono de esa relación familiar: «El que ama a su padre o a su madre más
que a mí no es digno de mí. El que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es
digno de mí».
Cuando la familia impide la solidaridad y
fraternidad con los demás y no deja a sus miembros trabajar por la justicia
querida por Dios entre los hombres, Jesús exige una libertad crítica, aunque
ello traiga consigo conflictos y tensiones familiares.
¿Son nuestros hogares una escuela de valores
evangélicos como la fraternidad, la búsqueda responsable de una sociedad más
justa, la austeridad, el servicio, la oración, el perdón? ¿O son precisamente
lugar de «desevangelización» y correa de transmisión de los egoísmos,
injusticias, convencionalismos, alienaciones y superficialidad de nuestra
sociedad?
¿Qué decir de la familia donde se orienta al hijo
hacia un clasismo egoísta, una vida instalada y segura, un ideal del máximo
lucro, olvidando todo lo demás? ¿Se está educando al hijo cuando lo estimulamos
solo para la competencia y rivalidad, y no para el servicio y la solidaridad?
¿Es esta la familia que tenemos que defender los
católicos? ¿Es esta la familia donde las nuevas generaciones pueden escuchar el
Evangelio? ¿O es esta la familia que también hoy hemos de «abandonar», de
alguna manera, para ser fieles al proyecto de vida querido por Jesús?
José Antonio Pagola
No hay comentarios:
Publicar un comentario