Adornar con esta sugerente flor el rostro de María es saber dar gusto con las cosas pequeñas de cada día o sacar chispa y jugo a cada hora y en cada minuto de cada día con el que Dios nos despierta.
El “pendiente de reina” simboliza el detalle y el buen hacer. Aquellos que nos decimos cristianos sabemos que lo extraordinario no reside en la apariencia o en el escaparate sino que, por el contrario, intuimos y vemos que en la sencillez descansa el secreto de lo extraordinario.
María, con su pequeñez y humildad, supo señalarnos el camino que hemos de seguir los aventureros de Cristo para ser sus testigos: queriendo y amando las cosas de cada día como un servicio a los demás. Lo contrario nos llevaría simplemente a un hacer lo que queremos.
Por cierto, esta flor, cuando llega la noche se repliega sobre sí misma. Ojalá que el fruto de este mes de mayo sea precisamente lo contrario en nuestra vida cristiana: desplegarnos para ser testimonio de lo que llevamos y sentimos dentro.
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