Había una vez una oruga que vivía en un gran árbol del parque. Cada día la oruga iba mordisqueando las hojas que encontraba sin prestar atención a nada más.
Pero un día se dio cuenta de que había algo lleno de colores volando por encima del árbol. Se quedó deslumbrada y cuando esta brillante criatura voló cerca de la oruga, ésta pudo ver que era una hermosa mariposa.
La mariposa parecía flotar en el aire, rozando la rama en la que estaba la oruga. “Oh mariposa, que hermosa eres y con que suavidad vuelas… Por favor, enséñame a volar como tú!
La mariposa se acercó y le sonrió a la oruga: “Sé paciente, pequeña criatura, algún día, algún día.”
Pero la oruga era impaciente y cuando la mariposa volvió a parecer al día siguiente la oruga volvió a decirle: “Por favor, mariposa, enséñame a volar como tú”. La mariposa le susurró al oído: “Sé paciente y algún día lo harás”.
La oruga estaba tan frustrada que decidió sacarse la idea de la cabeza de una vez por todas y olvidó su deseo de volar.
Un día sucedió algo extraño. Parecía como si el mundo hubiese empezado a dar vueltas. A la oruga empezó a dolerle el estómago y se sintió muy enferma. La oruga se quedó paralizada y cerró los ojos, pensado que se estaba muriendo.
Después de un rato, el mundo pareció dejar de moverse y se sintió más ligera y libre. Le parecía que podía volver a moverse, y, al hacerlo, se dio cuenta de que tenía debajo el árbol, y el sol calentaba.
En la distancia pudo oír un ligero murmullo y sintió atraída por el ruido. Era una pequeña voz que le decía. “Por favor, enséñame a volar como tú.” “Paciencia, ya lo harás, ya lo harás.”
Sólo entonces se dio cuenta de que se había convertido en una mariposa.
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