Dios habita nuestra tierra

SEÑOR, quiero recordar tu bondad,
que nunca ha defraudado la esperanza
de los que luchan por tu causa.

Devuelves la respiración al abatido, y vistas un traje de alegría al pobre que se abisma en la hondura de tu amor.

Tú haces de nuestras miserias un motivo de alabanza
al poner en el corazón mismo de nuestro dolor
la presencia de tu inquebrantable solidaridad.

¡Vuelve tu mirada hacia los pobres de este mundo!
¿No eres Tú, acaso, el Dios que recompone toda vida rota?,
¿el Dios enemigo de cárceles, rejas y ataduras?,
¿el Dios que pone en pie el árbol truncado
y encauza el río de la historia
hacia el océano de la felicidad compartida?

Mis oídos no aciertan a contener tanto gozo:
Dios dirige su palabra a los humildes de la tierra.
Dios descorre nubarrones de miseria humana
y nos muestra horizontes cercanos de salvación.

Dios está cerca de todos los que no se acomodan a la opresión,
el engaño y la astucia del más fuerte.
Dios pone en nuestros labios cantos de reconciliación y de paz
como brotes de una primavera soterrada
en las entrañas doloridas de nuestra madre tierra.

Todo es camino de liberación, ¡todo!
Porque Dios en persona ha besado nuestra carne en corrupción
para hacerla portadora de semillas de eternidad.

Y el hombre ya no es más enemigo del hombre;
ni la tierra será en adelante hostil a los pies que la caminan;
porque hombre y tierra han sido habitados, colmados,
por la gratuita presencia de nuestro Dios.

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