Una vez más, la Navidad viene a nosotros como noticia gozosa y también como encrucijada, como momento de decisiones.
Ya sabemos junto a quiénes tenemos que buscar al que ha venido a estar con nosotros.
Se nos ha anunciado que es en medio de la debilidad de nuestra humanidad donde podemos encontrarlo. No hay otro lugar donde podamos aprehenderlo más que ese descampado de Belén de Judá, en el que un grupo de los que no saben, no pueden y no tienen, está en vela en medio de la noche.
Por eso... necesitamos:
Rondar por ese lugar donde alguien ha empezado a existir–para–los–demás.
Acercarnos a él sin intentar artificialmente vaciarnos de nosotros para parecernos a él. Sólo después de haber encontrado un tesoro se vende gozosamente todo lo demás, dirá él de mayor. Sólo cuando los oídos han captado la música, pueden los pies ponerse a danzar.
Exponernos "al raso", como los pastores, por si acaso nos alcanza la melodía de su canción: "Gloria a Dios, paz a los hombres que él quiere tanto", y dejarnos arrastrar por ella, tararearla en lo secreto de nuestro corazón. Y si nos es dado, ponernos a danzar a su ritmo, aunque sea una locura.
Acercarnos hoy a esos rincones del mundo donde acampa silenciosamente el Verbo,
donde acampa hoy su humanidad doliente. Ofrecerle (ofrecerles) abrigo, acogida, suelo donde acampar
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