Apasionados de la vida y creyentes inquietos, se habían hechos discípulos del Bautista; y él les ha señalado a Jesús que pasa, diciendo: “Ahí está el cordero de Dios!”. Los dos jóvenes apenas escuchan estas palabras, siguen a Jesús. Él se da la vuelta hacia ellos, ve que le siguen y entonces les pregunta: “¿a quién buscáis?”. Le responden: “Maestro, ¿dónde vives?”. Y Jesús les dice: “Venid y lo veréis!”
Los dos eran Andrés, hermano de Simón Pedro y Juan. Los Evangelios no ofrecen una descripción detallada de sus vidas, de su formación y de sus experiencias. Cuanto nos dicen es sin embargo suficiente para imaginar el camino, caracterizado por la atracción hacia Jesús, pero también por sus temores, sus miedos.
“¿A quién buscáis?”
Con esta pregunta Jesús se dirige a los dos jóvenes y hace brotar el sentido de su búsqueda. Buscan al Mesías, aquel que sólo puede dar fuerza a sus esperanzas. Desean una vida plena, más allá de todo límite. No buscan, en efecto, cualquier verdad, sino a alguien que les coloque en grado de reconocer aquello que tiene sentido para la vida.
También hoy, si bien con algunas ilusiones de saber darnos las respuestas a las preguntas de vida, la búsqueda de significado continúa. Es una búsqueda hecha toda en primera persona. Cada uno de nosotros desea y puede reconocer dónde está el sentido de la propia existencia. No nos dejamos encantar de soluciones ya preparadas o impuestas para todos, de las ideologías, de los mitos. Es insuficiente hacer como hacen todos, tomando prestadas respuestas que no se adaptan a nuestras preguntas personales.
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