Danos un corazón
que salte de alegría,
que sepa compartir,
que no acumule cosas,
que se llene de personas,
que goce con los que gozan,
que sufra con los que sufren,
que sea libre para liberar,
que su absoluto sea Dios Padre,
que considere relativo todo lo demás,
que entienda de audacia
para «dar» con nuevos caminos,
que construya vida a su alrededor,
que posibilite creatividad a raudales,
que viva en actitud de discernimiento,
que tenga una profunda experiencia de Dios,
que sea experto en humanidad,
que se prolongue hacia los últimos,
que anuncie a Jesús de Nazaret,
que no se venda a nada ni a nadie,
que sea radical en la entrega,
que perdone siempre,
que esté a favor de la no violencia,
que critique las injusticias,
que denuncie la comodidad e hipocresía,
que se deje inflamar por el Espíritu,
que saboree la soledad,
incluso en medio de la marcha,
que tenga entrañas de misericordia,
que sea paciente,
que luche contra el mal,
que viva la fiesta sana,
que bombee sangre limpia,
nunca mezclada con alcohol
y sin inyecciones de droga en sus venas,
que sus «pastillas» sean para curar dolencias,
que disfrute de la naturaleza,
que hable un lenguaje ardiente,
lleno de ternura,
que mire al interior del ser humano,
que no se deje arrastrar por las apariencias,
que le prive la poesía,
que sea realista, con grande dosis de utopía,
que escuche los problemas de las personas
y tenga un trato exquisito con ellas,
que logre curar sus propias heridas,
que se eduque en la responsabilidad,
que se sienta querido en la comunidad,
que su tacto le haga
descubrir y valorar el esfuerzo de los demás,
que sepa trabajar en grupo,
que tenga detalles pequeños
para hacerse grande.
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