“Un día, Jesús volvió a la orilla del lago de Galilea. Enseguida empezó a congregarse una multitud de gente. Intentaban colocarse lo más cerca que podían de Jesús, para oírle bien.
Jesús vio dos botes en la playa. Los pescadores los habían dejado allí mientras limpiaban sus redes. Subió a una de las barcas y llamó a un pescador:
Simón, ¿puedes empujar la barca hasta el agua? Simón obedeció. Entonces, Jesús se dirigió a la multitud desde la barca. Así, estando allí de pie, todos podían verle y escucharle.
Cuando terminó, volvió a llamar a Simón:
Ahora, tú y tus amigos deberíais ir con las barcas hasta aguas profundas y lanzar vuestras redes para pescar.
¡Es inútil! – replicó Simón-. Lo hemos estado intentando toda la noche y no hemos pescado nada.
Jesús le miró fijamente.
Está bien – dijo simón, y llamó a sus amigos Santiago y Juan.
Cuando echaron las redes al agua, pescaron tantos peces que apenas podían meterlos en las barcas. Los pescadores estaban atónitos. ¿Cómo había sabido Jesús lo de los peces?
No os asustéis – dijo Jesús -. Es una señal para ayudaros a entender. A partir de ahora, reuniréis a la gente de la misma forma que habéis reunido los peces. Vosotros me ayudaréis a acercar a la gente a Dios. Les invitaréis a formar parte de su reino
Los hombres asintieron. De esta forma, cuatro pescadores se convirtieron en los primeros discípulos de Jesús. Fueron Simón (a quien Jesús llamó Pedro), y su hermano Andrés; Santiago y su hermano Juan.
Poco después, Jesús eligió ocho discípulos más: Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, otro Santiago, otro Simón, y dos hombres llamados Judas; uno de ellos era conocido como Judas Iscariote.
Pero Jesús tenía muchos otros amigos y seguidores como María Magdalena (a quien curó) o Juana y Susana (dos mujeres ricas que le ayudaron con donaciones de dinero). Allí donde fuese, Jesús encontraba muchos seguidores fieles”.
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