Meditación para el Sábado Santo: La actitud receptiva


Vivimos en una sociedad en la que prima el activismo, y se valora  a las personas por lo que hacen o pueden hacer. Se ha llegado a excluir del trabajo a los que pasan de cierta edad porque pueden ser menos rentables, y así se ha llegado a producir una atrofia social.

Desde una perspectiva espiritual, arrastramos una cultura moralista. Nos valoramos personalmente por lo que hacemos o dejamos de hacer, en vez de partir del hecho sobrecogedor de lo que somos por voluntad de Aquel que nos ha creado a su imagen y semejanza.

Deseo ahondar en la realidad que soporta nuestra identidad para poder crecer sobre el sólido cimiento del ser que somos.

Si rastreamos los momentos más importantes de la Historia de Salvación, sorprende comprobar que, en el momento de la creación, el relato bíblico, a la hora de describir el origen de la humanidad, hombre y mujer, aluda explícitamente al vacío del costado de Adán, del que el Creador hace a la mujer, madre de los vivientes, sujeto fecundo, por albergar en su seno la semilla de la vida.

Al sumar los distintos pasajes de la historia de salvación, al descubrir la coincidencia de la presencia de la mujer en los momentos más emblemáticos, como fue la creación, la encarnación, la recreación, la Pasión, La Cruz, la Pascua, Pentecostés, y la espera definitiva del Señor, me permito intuir un posible sentido de la presencia del sujeto femenino en toda la historia de salvación, no tanto como protagonista sexuado, sino como prototipo de sujeto capaz de albergar el don de la vida, actitud de pasividad, de receptividad, actitud necesaria para la fecundidad.

La imagen de la presencia de la mujer significa la actitud necesaria para acoger el don que Dios tiene dispuesto para cada ser humano desde antes de ser concebido y durante lo largo de toda su vida, en los momentos más emblemáticos y definidores de su historia personal de salvación.

La Iglesia y la piedad cristiana, el Sábado Santo, único día en el que no hay celebración de la Eucaristía, día vacío, dedican la jornada especialmente al acompañamiento de María, la madre Dolorosa, la Mujer que estrena su nueva vocación frente al vacío que ha dejado en su corazón la muerte de su Hijo, al convertirse en madre de todos los hombres.

No puede ser insignificante la sucesión de tantos textos bíblicos y la coincidencia en todos ellos del binomio vacío – mujer en los momentos más transformadores de la historia. Aplicados a la vida de cada persona, se convierten en luz reveladora de la actitud necesaria para personalizar el plan de Dios, para participar del don divino de la filiación y de la posible llamada al seguimiento.

Somos porque hemos sido creados, porque hemos sido engendrados. Nada hemos hecho para nacer. Hemos sido bautizados, se nos ha regalado el don de la fe. “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido”, dice Jesús. María, en la Anunciación, recibe el saludo del Ángel como “amada de Dios”. Hemos sido perdonados, redimidos, santificados. En definitiva, toda nuestra identidad mayor es por la gracia recibida, por los dones gratuitos, que, como acontece en la mujer, deberemos gestar, ensanchando la capacidad, por el deseo y por la obediencia. Nos corresponde la postura y actitud que tuvo María: “Hágase en mí según tu Palabra”. 

Angel Moreno Buenafuente

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