No te inquietes por las dificultades de la vida, por sus altibajos, por sus decepciones, por su futuro más o menos sombrío. Desea aquello que Dios desea.
Ofrécele en medio de inquietudes y dificultados el sacrificio de tu alma sencilla que, a pesar de los pesares, acepta los designios de su providencia. Poco importa que te consideres un frustrado, si Dios te considera plenamente realizado; como le place.
Déjate con confianza ciega en este Dios que te quiere para él. Y que llegará hasta ti, pese a que no lo veas nunca. Piensa que te encuentras en sus manos, tanto más fuertemente cogido, cuanto más decaído y triste te encuentres.
Vive feliz. Te lo suplico. Vive en paz. Que nada te turbe. Que nada sea capaz de sacarte la paz. Ni el cansancio psíquico. Ni tus equivocaciones morales.
Haz que brote, y conserva siempre sobre tu rostro, una dulce sonrisa, reflejo de aquella que el Señor continuamente te dirige. Y en el fondo de tu alma coloca, antes que nada, como fuente de energía y criterio de verdad, todo aquello que te llene de la paz de Dios.
Recuerda: Todo aquello que te reprima y inquiete es falso. Te lo aseguro en aras de las leyes de la vida y de las promesas de Dios.
Por esto, cuando te sientas afligido y triste, adora y confía.
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