Paisajes de otoño: Regresar al jardín














En las primeras páginas de la Biblia vemos al ser humano viviendo en comunión y armonía con las cosas creadas, en medio de un hermoso jardín. Siempre he pensado que esta sencilla imagen esconde verdades muy profundas de la condición humana.

Adán y todos sus hijos estamos ligados a todo lo que respira y existe, somos hermanos del polvo mismo de la tierra, filogenéticamente descendemos de esa masa de materia y energía que después de millones de año dio origen al milagro de la vida.

Nuestro laboratorio fue un jardín, de allí venimos, y por él suspiramos muchas veces.

El pecado rompió esa koinonia de amor entre nosotros y el resto de las criaturas. Surgieron civilizaciones que transformaron radicalmente el paisaje, y a medida que hemos ido creciendo en tecnología, y se han ido expandido las fuerzas productivas, nos fuimos separando del contacto directo con la naturaleza. 

Nuestro desarrollo científico-técnico es impresionante, ¡qué duda cabe!, pero nos hemos convertido en engranajes de una gran máquina. Hemos cifrado el objetivo de la vida humana en la acumulación e intercambio de bienes y servicios, y, paradójicamente, la mayoría de la humanidad tiene que luchar cada día en una economía de subsistencia para lograr siquiera el pan cotidiano.

En medio de los efectos demoledores de esta sociedad que nos homogeneíza y cosifica, que nos reduce al papel de consumidores, se infiltra la melancolía y el sin sentido del para qué todo este proceso que nosotros mismos hemos desencadenado. Rumiamos nuestra soledad en estrechos edificios de apartamentos y vivimos el tiempo del trabajo como un castigo. A veces distraemos nuestros dolores en los mundos virtuales que hemos creado, una realidad ilusoria y la mayoría de las veces insustancial. 

Recuerdo ahora, por ejemplo, mis estancias en el norte de Europa, en países con un nivel de vida que ya quisieran muchos, esos ambientes sombríos, de gentes solas, encerradas en sí mismas,  con un deje melancólico en el rostro.

En medio de nuestra deshumanización, sentimos nostalgia por volver al jardín primero, por recuperar lo bello que hay en nosotros.

La contemplación de la belleza del paisaje despierta lo bello, lo bueno y lo verdadero que late en cada corazón humano.

Porque la belleza nos humaniza, nos ayuda a recuperar los sentidos espirituales que tenemos francamente embotados.

Recuperar la sorpresa del primer Adán ante la hermosura inicial de las cosas, tener ojos de niño y admirarse ante las maravillas policromáticas del otoño, sumergiéndonos en el espectáculo de un atardecer, sintiendo la hierba fresca deslizarse en nuestras manos, escuchando el canto de los pájaros y el suave susurro del viento sobre las hojas del árbol.

En una palabra, regresar al jardín.

@elblogdemarcelo

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