Salmo del corazón

Quiero compartir mi corazón contigo, Señor Jesús.
Quiero hacer de mi corazón pan tierno y fresco, hogaza de labrador compartida en la mesa de todos, donde no hay puestos porque no
hay primero.
Dejo en la mesa mi pan hecho migas, y el mantel manchado en rojo
como recuerdo.
Dejo mi silla de paja que espera al hombre que siempre ocupa el último lugar como puesto.

Mi corazón, Señor del alba, se hace mesa, mantel blanco de amistad para los pueblos.
Mi corazón, Señor Jesús,
se siente solo cuando tu medida
no lo llena dentro.
Mi corazón se arruga y sufre y llora cuando el Amor no enciende
mi amor en fuego.

Tú eres el mar. Yo soy la playa. Tú eres la ola que inunda mi arena llevada al viento.
Mi corazón lo hiciste para ti, Señor del alba, y no es feliz si tú no eres, al fin, su Centro.
Tú eres amor, por eso buscas, peregrino, mis amores perdidos en ídolos de paja y hierro, que se esfuman y se vengan como dioses extraños a las manos que del mano nos hicieron.

Yo busco la verdad y sólo
encuentro verdades.
Busco el amor, y sólo
en migajas lo encuentro.
Busco la belleza y se hace
noche en el camino
Busco la libertad
y me siento prisionero.
Busco el bien, y el mal se me hace
uña a la carne y me duele vivir
en este duelo.

No quiero más verdades,
que busco la Verdad que ilumine mi vida y le dé un Proyecto.
No quiero más amores,
que el Amor que busco es Amor de manantial con vida sin término.
No quiero más bellezas,
que Belleza es sólo aquella que no muere con el tiempo.
No quiero más libertades,
que ser libres es vivir en el interior del corazón que has hecho.
Tú, Señor del alba, mi Bien, mi creación nueva, donde juntos soñaremos en silencio.

No quiero un corazón de piedra, duro y podrido, que golpee a cada paso y sepa a estiércol;
un corazón de piedra que muera solo entre las ruinas perdidas
de un destierro.
No quiero un corazón de piedra que viva frío entre los hielos, las nieves de los viejo.
Quiero un corazón que sea humano, hecho de carne, como el tuyo nacido de la mujer y el silencio, que es pureza virginal y es Espíritu, hecho hombre para perder el corazón sin dueño.

Dame un corazón, Señor Jesús, manso y humilde, donde haya espacio para el que llegue corriendo, que mis manos enjugarán las gotas de sudor y refrescarán el cansancio y acompañarán el sueño.
Dame un corazón que sueñe mundos sin conquistar, que viva la utopía del hombre nuevo.

Dame un corazón que sea feliz conmigo mismo, que aprenda a quererse para querer sin ruegos.
Dame un corazón que sepa perdonarse siempre, para comprender y perdonar primero.
Dame un corazón orante como el tuyo que se abra al Padre,
que es Padre nuestro.

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