Vivir el 16 domingo del Tiempo Ordinario, ciclo A

MATEO 13, 24-42
Les propuso otra parábola: - Se parece el reino de Dios a un hombre que sembró semilla buena en su campo; mientras todos dormían llegó su enemigo, sembró cizaña entre el trigo y se marchó. Cuando brotaron los tallos y se formó la espiga apareció también la cizaña. Los obreros fueron a decirle al propietario: - Señor, ¿no sembraste en tu campo semilla buena? ¿Cómo resulta entonces que sale cizaña? Él les declaró: - Es obra de un enemigo. Los obreros le preguntaron: - ¿Quieres que vayamos a escardarla? Respondió él: - No, por si acaso al escardar la cizaña arrancáis con ella el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega. Al tiempo de la siega diré a los segadores: Entresacad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla; el trigo, almacenadlo en mi granero. Les propuso otra parábola: - Se parece el reino de Dios al grano de mostaza que un hombre sembró en su campo; siendo la más pequeña de las semillas, cuando crece sale por encima de las hortalizas y se hace un árbol, hasta el punto que vienen los pájaros a anidar en sus ramas. Les dijo otra parábola: - Se parece el reino de Dios a la levadura que metió una mujer en medio quintal de harina; todo acabó por fermentar. Todo eso se lo expuso Jesús a las multitudes en parábolas; sin parábolas no les exponía nada, para que se cumpliese el oráculo del profeta: "Abriré mis labios para decir parábolas, proclamaré cosas escondidas desde que empezó el mundo" (Sal 78,2). Luego dejó a la multitud y se fue a la casa. Los discípulos se le acercaron a pedirle: - Acláranos la parábola de la cizaña en el campo. Él les contestó: - El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre;  el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los secuaces del Malo; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin de esta edad; los segadores, los ángeles. Lo mismo que la cizaña se entresaca y se quema, sucederá al fin de esta edad: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, escardarán de su reino todos los escándalos y a los que cometen la iniquidad y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes.

IMPORTANCIA DE LO PEQUEÑO

Al cristianismo le ha hecho mucho daño a lo largo de los siglos el triunfalismo, la sed de poder y el afán de imponerse a sus adversarios. Todavía hay cristianos que añoran una Iglesia poderosa que llene los templos, conquiste las calles e imponga su religión a la sociedad entera.
Hemos de volver a leer dos pequeñas parábolas en las que Jesús deja claro que la tarea de sus seguidores no es construir una religión poderosa, sino ponerse al servicio del proyecto humanizador del Padre -el reino de Dios- sembrando pequeñas «semillas» de Evangelio e introduciéndolo en la sociedad como pequeño «fermento» de una vida humana.
La primera parábola habla de un grano de mostaza que se siembra en la huerta. ¿Qué tiene de especial esta semilla? Que es la más pequeña de todas, pero, cuando crece, se convierte en un arbusto mayor que las hortalizas. El proyecto del Padre tiene unos comienzos muy humildes, pero su fuerza transformadora no la podemos ahora ni imaginar.
La actividad de Jesús en Galilea sembrando gestos de bondad y de justicia no es nada grandioso ni espectacular: ni en Roma ni en el Templo de Jerusalén son conscientes de lo que está sucediendo. El trabajo que realizamos hoy sus seguidores parece insignificante: los centros de poder lo ignoran.
Incluso los mismos cristianos podemos pensar que es inútil trabajar por un mundo mejor: el ser humano vuelve una y otra vez a cometer los mismos horrores de siempre. No somos capaces de captar el lento crecimiento del reino de Dios.
La segunda parábola habla de una mujer que introduce un poco de levadura en una masa grande de harina. Sin que nadie sepa cómo, la levadura va trabajando silenciosamente la masa hasta fermentarla por completo.
Así sucede con el proyecto humanizador de Dios. Una vez que es introducido en el mundo va transformando calladamente la historia humana. Dios no actúa imponiéndose desde fuera. Humaniza el mundo atrayendo las conciencias de sus hijos hacia una vida más digna, justa y fraterna.
Hemos de confiar en Jesús. El reino de Dios siempre es algo humilde y pequeño en sus comienzos, pero Dios está ya trabajando entre nosotros promoviendo la solidaridad, el deseo de verdad y de justicia, el anhelo de un mundo más dichoso. Hemos de colaborar con él siguiendo a Jesús.
Una Iglesia menos poderosa, más desprovista de privilegios, más pobre y más cercana a los pobres siempre será una Iglesia más libre para sembrar semillas de Evangelio y más humilde para vivir en medio de la gente como fermento de una vida más digna y fraterna.
José Antonio Pagola

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