JUAN 1,
6-8 y 19-28
Apareció un
hombre enviado de parte de Dios, su nombre era Juan; éste vino para un
testimonio, para dar testimonio de la luz, de modo que, por él, todos llegasen
a creer. No era él la luz, vino sólo para dar testimonio de la luz. Y éste fue
el testimonio de Juan, cuando las autoridades judías enviaron desde Jerusalén
sacerdotes y clérigos a preguntarle:- Tú, ¿quién eres? Él lo reconoció, no se
negó a responder; y reconoció esto:- Yo no soy el Mesías. Le preguntaron:-
Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías? Contestó él:- No lo soy - ¿Eres tú el Profeta?
Respondió:- No. Entonces le dijeron:- ¿Quién eres? Tenemos que llevar una
respuesta a los que nos han enviado. ¿Cómo te defines tú? Declaró:- Yo, una voz
que grita desde el desierto: «Enderezad el camino del Señor» (como dijo el
profeta Isaías) (Is 40,3). Había también enviados del grupo fariseo, y le
preguntaron:- Entonces, ¿por qué bautizas, si no eres tú el Mesías ni Elías ni
el Profeta? Juan les respondió:-Yo bautizo con agua; entre vosotros se ha hecho
presente, aunque vosotros no sabéis quién es, el que llega detrás de mí; y a
ése yo no soy quién para desatarle la correa de las sandalias. Esto sucedió en
Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando.
ABRIRNOS A DIOS
La fe se ha convertido para muchos en una experiencia
problemática. No saben exactamente lo que les ha sucedido estos años, pero una
cosa es clara: ya no volverán a creer en lo que creyeron de niñosDe todo
aquello solo quedan algunas creencias de perfil bastante borroso. Cada uno se
ha ido construyendo su propio mundo interior, sin poder evitar muchas veces
graves incertidumbres e interrogantes.
La mayoría de estas personas hace su «recorrido
religioso» de forma solitaria y casi secreta. ¿Con quién van a hablar de estas
cosas? No hay guías ni puntos de referencia. Cada uno actúa como puede en estas
cuestiones que afectan a lo más profundo del ser humano. Muchos no saben si lo
que les sucede es normal o inquietante.
Los estudios del profesor de Atlanta James Fowler
sobre el desarrollo de la fe pueden ayudar a no pocos a entender mejor su
propio recorrido. Al mismo tiempo arrojan luz sobre las etapas que ha de seguir
la persona para estructurar su «universo de sentido».
En los primeros estadios de la vida, el niño va
asumiendo sin reflexión las creencias y valores que se le proponen. Su fe no es
todavía una decisión personal. El niño va estableciendo lo que es verdadero o
falso, bueno o malo, a partir de lo que le enseñan desde fuera.
Más adelante, el individuo acepta las creencias,
prácticas y doctrinas de manera más reflexionada, pero siempre tal como están
definidas por el grupo, la tradición o las autoridades religiosas. No se le
ocurre dudar seriamente de nada. Todo es digno de fe, todo es seguro.
La crisis llega más tarde. El individuo toma
conciencia de que la fe ha de ser libre y personal. Ya no se siente obligado a
creer de modo tan incondicional en lo que enseña la Iglesia. Poco a poco
comienza a relativizar ciertas cosas y a seleccionar otras. Su mundo religioso
se modifica y hasta se resquebraja. No todo responde a un deseo de autenticidad
mayor. Está también la frivolidad y las incoherencias.
Todo puede quedar ahí. Pero el individuo puede
también seguir ahondando en su universo interior. Si se abre sinceramente a
Dios y lo busca en lo más profundo de su ser, puede brotar una fe nueva. El
amor de Dios, creído y acogido con humildad, da un sentido más hondo a todo. La
persona conoce una coherencia interior más armoniosa. Las dudas no son un
obstáculo. El individuo intuye ahora el valor último que encierran prácticas y
símbolos antes criticados. Se despierta de nuevo la comunicación con Dios. La
persona vive en comunión con todo lo bueno que hay en el mundo y se siente
llamada a amar y proteger la vida.
Lo decisivo es siempre hacer en nosotros un lugar
real a la experiencia de Dios. De ahí la importancia de escuchar la llamada del
profeta: «Preparad el camino del Señor». Este camino hemos de abrirlo en lo
íntimo de nuestro corazón.
José Antonio
Pagola
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