A la orilla del lago

Un día, Jesús se paseaba a la orilla de ese lago y vio a dos hermanos, Pedro y Andrés, que volvían de pescar después de toda la noche trabajando. Llegaron a la orilla y se pusieron a descargar. Bajaron las redes, las limpiaron y las ordenaron, porque las redes se desordenan mucho cuando se pesca.

A Jesús le encantaba mirar a aquellos dos hermanos; veía que se ayudaban y se entendían; trabajaban bien juntos, aunque eran un poco brutos hablando; se reían a carcajadas por cualquier cosa; tenían buen humor.

Jesús sentía ganas de conocerlos. Así que, ni corto ni perezoso, se puso a hablar con ellos. Enseguida se cayeron bien. Hablaban y reían; Jesús les ayudaba a ordenar la barca, a descargar los peces…

A lo largo de la conversación Jesús les iba conociendo. Cuando ya estuvo todo recogido, llegó la hora de despedirse; pero Jesús no quería decir adiós; quería que Pedro y Andrés fuesen siempre sus amigos… Así que se lo dijo.

«Oye, he pensado que por qué no venís conmigo. La verdad es que no tengo mucho que ofreceros, pues soy pobre…. Pero nuestra amistad es más importante. Podemos hacer muchas cosas juntos».
Pedro y Andrés se quedaron sorprendidos de aquella invitación, no sabían qué decir… pero ambos se miraron y se decían por dentro… Por probar nada se pierde. Y decidieron irse con Jesús.

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