La cueva es un símbolo de profundidad, de interioridad, de comunicación de la claridad con la opacidad.
En ella se aprende a ver poco a poco en la oscuridad, a acoger con serenidad el aquí y el ahora, y a vivir con entereza, el momento presente, grávido de luces y sombras.
La cueva es un símbolo que invita a entrar en contacto con la tierra, a percibir su dureza, a sentir la humedad y a buscar el agua.
En ella se aprende a escuchar el silencio, a saborear la soledad sonora, a revivir experiencias hondas y a explorar tierra nueva.
La cueva es símbolo de misterio, de vida, de refugio, de acogida.
En ella se aprende a descubrir la presencia misteriosa de Dios, que siempre nos asombra en todo lo humano, en todo lo que acontece, en todo lo que nos rodea.
La cueva es símbolo de interioridad habitada, de estructura contemplativa, de “yo” unificado, de dimensión humana femenina.
De ella brota la mirada contemplativa hacia los pequeños y orillados, la escucha compasiva a los que no tienen voz y las entrañas de misericordia para todo dolor humano.
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