Desde que Tú te fuiste no hemos pescado nada.
Llevamos veinte siglos echando inútilmente
las redes de la vida, y entre sus mallas
sólo pescamos el vacío.
Vamos quemando horas y el alma sigue seca.
Nos hemos vuelto estériles lo mismo que una tierra
cubierta de cemento.
¿Estaremos ya muertos? ¿Desde hace cuántos años no nos hemos reído? ¿Quién recuerda la última vez que amamos?
Y una tarde Tú vuelves y nos dices:
«Echa la red a tu derecha, atrévete de nuevo a confiar,
abre tu alma, saca del viejo cofre las nuevas ilusiones,
dale cuerda al corazón, levántate y camina».
Y lo hacemos sólo por darte gusto.
Y, de repente, nuestras redes rebosan alegría, nos resucita el gozo
y es tanto el peso de amor que recogemos
que la red se nos rompe cargada de ciento cincuenta esperanzas.
¡Ah, Tú, fecundador de almas: llégate a nuestra orilla,
camina sobre el agua de nuestra indiferencia, devuélvenos, Señor, a tu alegría
J.L. Martín Descalzo
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