No os dejéis llevar por el relativismo que todo lo confunde y todo lo relaja. Cuanta más agua echamos al café, más propiedades pierde éste. El Señor, ante su venida, nos pide tomar conciencia de su llegada. ¿Por qué nos cuesta tanto? Un poco de fe, y no mucho más, necesitamos para vivir estos próximos días de la Navidad. ¿Por qué –como el viejo centurión- no decimos: “Señor; no soy digno de que entres en mi casa”? ¿Acaso no será que no palpamos la presencia del Señor? ¿Por qué no ser un camino por donde venga Jesús?
Que no ocurra en nosotros como aquel joven que, en actitud burlesca, se sentó en una plaza el día de Navidad –esperando a que pasara Dios- inconsciente de que, Dios, en la otra esquina de la misma plaza pedía en forma de mendigo; en el hospital gemía en un enfermo o, que en su misma casa, con su madre –en ese mismo momento- estaba muriendo.
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