Todos somos peregrinos, seres en proceso. Debemos marchar con valentía, cada cual a su ritmo personal, escalar nuestras propias montañas y luchar por un destino que sólo a nosotros pertenece. Yo soy yo, y tú eres tú. A veces parece más seguro limitarse al viejo camino trillado, porque nos sentimos más tranquilos integrados en un rebaño. El “camino menos transitado” siempre parece demasiado arriesgado. Pero todos somos peregrinos, cada cual en marcha hacia un destino personal y propio. Y no hay un único “camino para todos”. Todos hemos sido dotados de un potencial enorme, pero singular. Sin embargo, en nuestra cita con el destino tenemos que aprovechar las oportunidades, correr riesgos, ser rechazados y heridos, ser derribados y volver a ponernos en pie. Debemos aprender a sobrevivir a la derrota.
Los peregrinos tienen que ser ante todo, valerosos y resistentes. En el trascurso de nuestro camino podemos encontrar cosas, personas que nos ayuden a avanzar. ¡Es tan grato encontrar alguien con quien podamos caminar el mismo sendero!.
Marchar con otro hacia la meta es el mayor de los regalos que Dios nos puede hacer.
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