Jesús, capitán de mi barco (Rincón de Agustín)


“Pero tú, Señor, que manejas el timón de todas las cosas que creaste, no te habías olvidado de aquel que entre tus hijos iba a ser ministro de tu sacramento” 
(S. Ag. Conf. VI, 7,12).

Una embarcación necesita quien sepa manejar el timón. Muchas veces navegamos, vivimos siguiendo rutas que nos hemos trazado, sin dejar, consciente o inconscientemente, que Jesús, su Palabra, maneje el timón de nuestra vida. Y “Jesús no dice “sin mí podéis hacer poco” sino “nada podéis hacer” (S. Ag. In Joan 81, 39). Nos cuesta ceder el manejo del timón al Señor. “Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me tenían prisionero lejos de ti aquellas cosas que, si no existieran en ti, serían algo inexistentes” (S. Ag. Conf. X, 27,38) 
Tenemos miedo de dejarnos guiar por Jesús y su Palabra, incluso, contra corriente, lo que, a veces, es necesario para llegar a buen puerto y no navegar sin rumbo y en la desesperanza.
Es nuestro orgullo lo que nos impide aceptar a quien puede ser el mejor capitán para nuestra embarcación. Pasamos tal vez mucho tiempo navegando en el mar de la desesperanza, sin darnos cuenta de lo peligrosa que se está volviendo la navegación al no escuchar la voz de Jesús. “Yo solamente sé esto, Señor: que sin Ti me va mal, y no sólo fuera de mí, sino también dentro de mí mismo; y que toda riqueza mía que no es mi Dios, es pobreza”. (Ibd. Conf. XIII, 8,9) 
A pesar de que, en ocasiones, no cedamos el mando del timón de nuestra barca al Señor, confiamos en que Él no nos dejará solos, porque nos envuelve su misericordia “La única esperanza, la única confianza, la única promesa firme, es tu misericordia” (Ibd. Conf. X, 32, 48)
Puede que ésta sea tu situación y lleves tiempo navegado a la deriva y sin dirección. Quizás sea necesario enfrentar un mar de dificultades para que puedas poner tu mirada en Jesús y buscar el mar de su paz.
Hoy queremos pedirte, Señor, que tomes el timón de nuestra barca y nos lleves a puerto seguro donde podamos gozar de tu paz y de la seguridad que tú nos das, porque “…Cuando tú eres nuestra seguridad, entonces sí que estamos seguros, mientras que, cuando sacamos a relucir nuestra solidez, lo que aparece es nuestra flaqueza” (Ibd. Conf. IV, 16, 31)

Hna. Carmen Ramírez González_AM

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