El abuelo y la abuela se hablan peleado, y la abuela estaba tan enojada que no le dirigía la palabra a su marido.Al día siguiente, el abuelo había olvidado por completo la pelea, pero la abuela seguía ignorándole y sin dirigirle la palabra. Y, por más esfuerzos que hacia, el abuelo no conseguía sacar a la abuela de su mutismo. Al fin, el abuelo se puso a revolver armarios y cajones. Y cuando llevaba así unos minutos, la abuela no pudo contenerse y le gritó airada: «¿Se puede saber qué demonios estás buscando?».
«¡Gracias a Dios, ya lo he encontrado!» —le respondió el abuelo con una maliciosa sonrisa—. ¡Tu voz!
Señor: a unos les duran muy poco los enfados, pero hay otros a quienes nos duran mucho, porque nos cuesta perdonar y olvidar. Mantenernos sin hablar a un amigo o a alguien de casa porque nos hemos peleado con él nos hace sufrir a nosotros mismos y a la otra persona. Ayúdanos, Señor, a no ser como la abuela de la fábula. Te damos gracias hoy por las personas alegres y por las que saben perdonar, que nos ayudan a vivir felices.
Me ha encantado. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarBuenísimo
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