Dice San Agustín en la Homilía sobre la Pasión del Señor; "Porque no habría tenido con qué morir por nosotros sin esa carne mortal que de nosotros ha tomado. Así es como el ser inmortal ha podido morir, así es como quiso dar la vida a los mortales; en el futuro les haría participar de lo que él es, después de haber participado antes él mismo en lo que ellos son. Porque no teníamos en nosotros con qué vivir y no tenía él con qué morir. Ha establecido, pues, con nosotros un maravilloso intercambio de participación recíproca. Ha muerto gracias a lo que de nosotros procede. Vivimos gracias a lo que de él procede".
"¡Maravilloso intercambio de participación recíproca!". Lo que los hombres viven es lo que tú has vivido, Señor Jesús, y lo que tú has vivido es lo que los hombres siguen viviendo. Al observarte en tu Pasión comprendo mejor lo que los hombres sufren como abandonos, atentados a su dignidad... No es que esto justifique el sufrimiento; todo sufrimiento sigue siendo malo en sí mismo. Pero tú no has venido a explicar el sufrimiento ni a justificarlo, sino a asumirlo. Cada hombre, al asociar sus sufrimientos a los tuyos, puede lograr que sus sufrimientos no sean absurdos. El sufrimiento es una de las consecuencias del pecado, pero, a través de la encarnación, de la cruz y de la resurrección, existe una realidad que desemboca en la victoria sobre el pecado, el sufrimiento y la muerte. Contigo, Señor, ofrecemos todos los abandonos que hemos sufrido y que seguimos sufriendo todavía; contigo ofrecemos todos los atentados a la dignidad que unos hombres -nosotros quizá- infligen a otros hombres.
Que contigo y en ti quedemos victoriosos de todo abandono, de todo aplastamiento, de todo pisoteamiento del hombre y de su dignidad; victoriosos de todo sufrimiento, contigo, Jesús que sufres, crucificado y resucitado. Amén. Aleluya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario