Los discípulos habían aprendido a vivir con el Jesús terrestre y por eso mismo, resintieron su partida. De igual manera, habían comenzado a disfrutar la nueva forma de presencia del resucitado. La experiencia del resucitado no era en manera alguna un privilegio, sino una responsabilidad. El relato de los Hechos nos lo recuerda. No hay que evadirse de la responsabilidad misionera, ni siquiera con la finalidad de contemplar a Cristo glorioso. La misión no puede esperar. Así lo asienta el final del Evangelio de san Marcos. De la misma manera que Jesús realiza señales que transformaron la existencia de enfermos y oprimidos por el mal, tendrán que hacerlo los discípulos. El Evangelio será creíble en la medida que incentive y promueva a cada persona a la búsqueda de condiciones de vida más dignas para sí misma y para los demás.
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