Si Dios baja, hasta la mesa del altar, es para que nosotros luego descendamos -junot con Él y por Él- a los innumerables altares del mundo donde se sacrifican ilusiones y esperanzas, sueños e inquietudes.
El Cuerpo y la Sangre del Señor, no pueden quedarse en la invisibilidad de las cosas y de los acontecimientos. Sus amigos (y esos amigos somos nosotros) tendremos que dar el “cuerpo” y ofrecer la “sangre” a un evangelio que siendo conocido por muchos no es vivido por tantos como pensamos ni creemos. Tampoco, en toda su perfección, por nosotros mismos.
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