Sintiendo el reto de la misión que me encomiendas, desearía yo, una acción muy profunda tuya en mi alma, que me concediera los tesoros de los dones que repartiste a tantos hombres y mujeres: de sabiduría e inteligencia, de consejo y fortaleza, de conocimiento y temor de Dios, que fue el ideal de tantas almas santas de esta tierra.
Dame lo que diste a los profetas. Que, aunque mi ser pequeño proteste, me vea forzado a hablar por la seducción soberana de tu Evangelio.
Dame aquel Espíritu que lo escruta todo, lo sugiere todo y lo enseña todo. Aquel Espíritu que transformó a los débiles pescadores de Galilea en las columnas vivas de tu Iglesia, por el sencillo testimonio de su amor por sus hermanos. Aquel Espíritu que transformó la terquedad indómita de Pablo en la ruta de Damasco, colmándole de gracia su existencia para convertirlo en apóstol de tu Cristo.
Y esta efusión vivificante será como una nueva creación de corazones transformados, de una sensibilidad receptiva a la voz que nos viene de nuestro Padre, de una fidelidad espontánea a su Palabra. Y así nos hallarás más fieles, más disponibles y más compañeros, para servir alegres a tu pueblo sediento de tu Reino.
Pedro Arrupe S.J.
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