¡A los cuatro vientos!
¡No me pidas callar!
No podría obedecerte.
Tu perdón me ha quemado como un fuego
y lo tengo que hablar
siempre y a todos,
aunque me lo prohibas,
o aunque no me lo crean.
Si por eso, me echan de esta tierra,
saldré hablando de Tí.
Diré que eres de todos,
siempre el mismo,
que tu amor no depende de nosotros,
que nos amas igual, aunque no amemos;
nuestro título ante Tí es la pobreza de no amar.
Que eres voz que llama siempre
a cada puerta,
con nombre exacto, inconfundible;
que no pides nada,
das y esperas el tiempo que haga falta;
que no fuerzas los ritmos de los hombres,
que no cansas, no te cansas,
y que tu amor es nuevo cada día;
que te dolemos todos,
cuando no te buscamos.
Diré muchas más cosas:
que basta con mirarte en cualquier sitio,
porque todos son tuyos,
para ser otra cosa;
simplemente para ser persona.
¡Señor, que, chispa a chispa,
no me canse
de prender este fuego!
Ignacio Iglesias, sj.
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