llamando al hombre, a la mujer, a ti y a mi,
a ser, a amar, a continuar su obra creadora,
a ser testigos de su presencia en el tiempo.
Dios nos llama desde la aurora de los tiempos
y toda nuestra vida encuentra su sentido en esta llamada,
sin ella todo se vuelve absurdo.
Porque todo el que escucha experimenta qué es el amor
y el amor es la luz de los hombres,
y la luz ilumina la oscuridad,
pero quien vive en la oscuridad
no quiere reconocerlo.
Existieron muchos hombres que respondieron a su voz:
Abraham, Moisés, los profetas, Juan Bautista, Pedro, Santiago, Juan,
Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Teresa y Juan de la Cruz,
Antonio María Claret, Juan XXIII…
Ellos fueron testigos de su Palabra,
testigos de su amor,
para que todos los hombres pudiesen escuchar,
para que todos los hombres encontrasen el camino de la verdad.
Ellos no fueron la luz,
sino testimonio de la luz de Dios.
Por ellos la luz de Dios se mantuvo en el mundo
porque con su vida y con su palabra proclamaron que:
Nadie conocía al Dios verdadero,
pero Jesús de Nazaret,
la Palabra del Padre que clama desde la aurora de los tiempos,
se hizo hombre
y habitó entre nosotros,
y con su entrega nos liberó
y nos abrió el camino del amor.
Y, ahora, Dios sigue llamando,
nos necesita, a ti y a mi,
como necesitó a esos hombres,
para que su luz no se pierda,
para seguir proclamando que el Dios de Jesús
es el Dios del amor y de la gracia,
el Dios de la solidaridad y de la misericordia,
el Dios de la entrega generosa para que todos los hombres tengan vida.
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