No me elegisteis vosotros a mi...


No eres evangelizador por tu propia cuenta. Es cierto que, un día, te ofreciste para serlo. Pero estabas respondiendo a una llamada.

La misma llamada que hizo Jesús a sus apóstoles y discípulos para que fueran sus compañeros en el anuncio de la Buena Noticia a los hombres, especialmente a los más pobres.. Aunque tú la hayas percibido por medios muy humanos, la llamada a ser evangelizador la has recibido de Dios. Dios te necesita. Dios nos necesita.

La semilla de la fe que recibiste en tu bautismo ha dado su fruto. Te has sentido “consagrado” al Señor y “exigido” por Él para anunciar a los hombres la maravilla de su salvación. Tu llamada no es un título de honor; es una vocación de servicio. Vívela así en todo lo que haces por la causa del evangelio.

Necesitas cultivar, alimentar y cuidar tu propia fe. Como evangelizador  (monitor) no eres funcionario de una organización, a la que prestas tu colaboración activista; ni un voluntario de una institución altruista, con cuyos fines humanitarios te identificas. 

A su llamada creadora debes tu existencia como persona, como creyente y como evangelizador o monitor: Por tu mérito no puedes apuntarte ningún tanto en este sentido, pero tu capacidad te viene de Dios.

No te preguntes por qué te ha llamado. Si miras a tu alrededor encontrarás a gente mejor que tú, más preparada, con más gancho. Y, sin embargo, ahí estás tú. Dios te ha llamado y te da miedo. Hasta le puedes decir: “mira que no sé hablar”. Pero Él te responderá siempre: “venga, no temas, que yo estoy contigo”. Su llamada te fortalece y te da el ánimo que necesitas.

Las llamadas son diferentes. No todos somos llamados para lo mismo. Pero todos tenemos la responsabilidad de que no falte la respuesta a ninguna de ellas. Ningún evangelizador debe ser indiferente: la responsabilidad es de todos.

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