Miliki pasó gran parte de su vida haciendo reír a los niños. Para ello no necesitaba grandes cosas, tan sólo un acordeón, un buen ambiente y un público menudo, inocente, desinteresado y acogedor.
Él y su familia alegraron las tardes de millones de niños cuando ver la tele no era una opción sino casi una obligación para entretenerse.
Los que esperábamos con ganas que diesen las 7,00 de la tarde para ver "El circo de la tele" sabíamos que era un momento de carcajada y de expectación.
No era un humor simple y tonto, estaba cargado de valores humanos que nos ayudaban a ser más solidarios, más cariñosos, más amigos.
Miliki nos dejó la herencia de la sonrisa profunda, la mirada bondadosa de aquellos que tienen un noble corazón, la creatividad, la inventiva, la inocencia y la ternura.
Miliki, hoy tu acordeón ha dejado de sonar pero ten seguridad que su música sigue resonando dentro de muchos de nosotros.
Seguramente en lo alto, junto a Dios, sigas haciendo reír a los que encuentres.
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