Vivir la sencillez es tener más alegría al dar, o al compartir, que al recibir, porque has descubierto el poder misterioso que tiene la palabra gratuidad.
Vivir la sencillez es vaciar el corazón de todas las cosas innecesarias que lo ocupan, y llenarlo del tesoro de la amistad, de la cercanía y del encuentro humano con los demás.
Vivir la sencillez es creer que tu valía y dignidad está en lo que eres como persona y no en lo que tienes o posición social que ocupas.
Vivir la sencillez es solidarizarte con tantas hermanas y hermanos de tu familia humana que viven injustamente en la pobreza y necesidad, y te movilizas e implicas porque no quieres vivir mejor que ellos.
Vivir la sencillez es poner tu confianza y seguridad no en el dinero o posesiones, sino en tus bienes espirituales, en tus convicciones y creencias, en tu fe, en tus capacidades, en tu fuerza interior y en la de aquellos que te aman y aprecian.
Vivir la sencillez es trabajar para vivir y no vivir para trabajar.
Vivir la sencillez es disfrutar de los innumerables regalos que la vida, la naturaleza, te ofrece constantemente cada día, y que pasan desapercibidos para la mayoría de gente.
Vivir la sencillez es respetar y cuidar de la naturaleza con tu forma de vivir, reciclando, reutilizando, reduciendo el consumo innecesario.
Vivir la sencillez es utilizar tu dinero para que tú y tu familia podáis vivir con dignidad, y para que los demás también puedan vivir con dignidad si lo inviertes en banca ética y si te habitúas a exigir productos que provengan del comercio justo y del comercio local.
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