"Le dijo Pedro: "¡Hombre, no sé de que me hablas!" Y en aquel momento, estando aún hablando, cantó un gallo, y el Señor se volvió y miró a Pedro... Y Pedro, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente."
Yo he tenido unas relaciones bastante buenas con el Señor. Le pedía cosas, conversaba con Él, cantaba sus alabanzas, le daba gracias... Pero siempre tuve la incómoda sensación de que Él deseaba que le mirara a los ojos..., cosa que yo no hacía. Yo le hablaba, pero desviaba mi mirada cuando sentía que Él me miraba.
Yo miraba siempre a otra parte. Y sabía por qué: tenía miedo. Pensaba que en sus ojos iba a encontrar una mirada de reproche. Pensaba que en sus ojos iba a descubrir una exigencia; que había algo que Él deseaba de mí.
Al fin, un día, reuní el suficiente valor y miré. No había en sus ojos reproche ni exigencia. Sus ojos se limitaban a decir: "TE QUIERO". Me quedé mirando fijamente durante un largo tiempo y allí seguía el mismo mensaje: "TE QUIERO".
Y, al igual que Pedro, salí fuera y lloré.
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