Queridos hermanos: ¡El Señor os dé la Paz!
Cuando os llegue esta carta ya se habrá hecho público mi nombramiento de Secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, por parte de Su Santidad el Papa Francisco. Quiero, en estos momentos, compartir algunos sentimientos con vosotros, mis queridos hermanos.
El primer sentimiento de inmensa gratitud va al Padre de las misericordias por la bondad que me ha manifestado durante todos estos años. Desde las entrañas maternas me eligió y me llamó. Me dio el regalo de unos padres, Ángel y Celia, a los que no solo debo la vida, sino también una educación en la fe, lo que permitió que, desde muy joven, me sintiese llamado a la vida franciscana y sacerdotal y que me permitió responder con gran entusiasmo y generosidad a dicha llamada. Ellos, con su ejemplo de trabajo y de amor por el Señor, me sostuvieron siempre en este camino y fueron verdaderos formadores en el seguimiento de Cristo. A ellos se unieron mi hermana, mi cuñado y mis sobrinos, a los cuales debo tanto en mi vida humana, franciscana y sacerdotal. Más tarde, desde cuando tenía diez años y medio, el Señor me dio los hermanos franciscanos que me acogieron y me formaron, primero en mi Provincia de origen, Santiago de Compostela, y luego en la Custodia de Tierra Santa. Los hermanos de mi Provincia me mostraron su confianza al asignarme oficios de gran responsabilidad, principalmente en el campo de la formación y de gobierno, luego los hermanos de la Orden harían otro tanto, eligiéndome Definidor, Secretario general para la Formación y los Estudios, y Ministro general. Y en todo este tiempo no dejé de sentir la mano del Señor que me protegía y la confianza de los hermanos que no vino a menos, a pesar de mis debilidades. Por todo ello no cesaré de agradecer al Señor su bondad y misericordia para conmigo.
Un gracias particular quiero dar a los hermanos que me han formado, muchos de ellos ya en la casa del Padre, y a aquellos con los cuales he compartido responsabilidades de animación y de gobierno, primero en mi Provincia y luego en la Orden. Gracias a ti, querido hermano Giacomo Bini por tu cercanía y tu amistad, en estos años. ¡De ti aprendí tanto! Gracias a vosotros hermanos Definidores del primer o segundo sexenio de mi servicio como Ministro. Con vosotros no me resultó difícil colaborar. Siempre habéis sido comprensivos con mis limitaciones y siempre confiasteis en mí. Gracias a mis secretarios particulares, principalmente a Fr. Francisco Javier Arellano, fiel hermano y colaborador, y a los hermanos de la Curia general, sin los cuales me hubiera sido imposible la animación y gobierno de la Fraternidad universal. Gracias a vosotros hermanos todos de la Orden. Con vosotros he sufrido y con vosotros he gozado. Con vosotros he sobrellavado las fatigas y las alegrías de nuestra vida. ¡Qué gran alivio ha sido para mí saberme acompañado de los casi 15.000 hermanos de la Orden! Tal vez haya sido mucho lo que os he dado en estos 10 años de Ministro y 6 de Definidor y Secretario para la Formación y los Estudios, pero ciertamente mucho, muchísimo más, ha sido lo que de vosotros he recibido. ¡Gracias de verdad! ¡Habéis sido para mí un gran regalo, un gran don! Ahora que me separo temporalmente de vosotros, os lo suplico, besándoos los pies, seguid siendo para mí soporte y bendición con vuestra oración y con el don de vuestra fraternidad y amistad.
Con la acción de gracias no puedo menos de reconocer mis limitaciones. Si es verdad, y lo es, que al que mucho se le dio mucho se le pedirá, en estos momentos siento más fuerte que nunca el peso de mis debilidades, por lo que pido perdón. Primero a Dios, que me ha de juzgar y que me conoce mejor de lo que yo me conozco a mí mismo, y luego a vosotros, mis queridos hermanos a los que prometí servir desde la lógica del don sir reservas. Perdonadme cuantas veces os haya podido ofender. Poniendo mi vida ante el Señor os puedo asegurar que nunca he querido faltaros y que nunca he querido caer en favoritismos. Si la humildad es la verdad, os puedo asegurar, con gran humildad, que siempre y en todo momento he intentado el bien de la Orden, sin pensar en mí ni en lo que pudieran decir unos y otros. También confieso que siempre he intentado hacer yo mismo lo que os pedía que hicierais. Si no lo he logado, me confío a la misericordia del Señor y a vuestra fraterna comprensión.
En estos momentos siento en mi corazón un doble sentimiento: de alegría y de tristeza. Alegría porque el Señor sigue confiando en mí y porque el Santo Padre, mi “Señor Papa” Francisco, me confía una gran responsabilidad al servicio de la vida religiosa y consagrada, signo también de su confianza en mi persona y en la Orden. Tristeza porque os voy echar de menos, mis queridos hermanos. Me vais a faltar. Me faltará vuestra compañía en la oración, en el recreo, en las comidas, en todo momento. Me faltarán vuestros sabios consejos y vuestra mano tendida en cualquier necesidad. Os voy echar de menos… Me consuela que seguiré trabajando por la vida que amo, porque es la mía: la vida religiosa y, por lo tanto, también por la vida franciscana. Sentidme a vuestro servicio. En cualquier ocasión que lo consideréis conveniente no dudéis en recurrir a mí y, dentro de mis limitadas posibilidades, me encontraréis disponible, aunque solo sea para caminar con vosotros.
Mi ordenación episcopal está prevista para el 18 de mayo, víspera de Pentecostés. Será en Santiago de Compostela. Me ordenará Su Eminancia el Cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado de Su Santidad. Me gustaría ese día teneros a todos físicamente conmigo. Sé que no es posible. Por ello os pido un recuerdo en la Eucaristía y en vuestra oración. La necesito. Orad por mí, como yo oro por vosotros.
Es mi última carta firmada como vuestro Ministro y siervo. Con ese sentimiento, y con profunda emoción, os bendigo en el Seráfico Padre.
Fr. José Rodríguez Carballo, ofm
Ministro general, OFM
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