El Camino, no es más que un medio, un terreno que se pisa, una senda por la cual se desplaza el peregrino. El punto de partida es su hogar. Debería, pues, haber tantos caminos como hogares. No obstante, el peregrinar a Santiago, precisamente por su carácter cristiano, fue desde su origen una decisión abierta a la comunidad, tanto por su destino (la tumba del Apóstol), como por su realización (en comunidad) y su significación: construir el Reino de Dios. De ahí que andando hayan configurado un Camino como punto de encuentro entre quienes tienen el mismo empeño vital; lugar de amor y solidaridad entre los habitantes de los pueblos y los peregrinos que los transitan; y recuerdo permanente a través de sus monumentos del empeño que empuja hasta Compostela.
El Camino de Santiago sigue embriagando la imaginación de los hombres con sus símbolos y sus misterios. Aún es posible revivir aquel sentido de aventura espiritual, de renovación interior que se obtenía a lo largo del Camino. Aún hay quienes sueñan con transformarse y vuelven sus pasos esperanzados hacia esos puntos de la tierra, donde las energías se han conjugado para conformar un verdadero puente de unión entre los hombres y Dios. ¿Son estos nuestros deseos? Pongamos nuestro camino, nuestro caminar en manos de Dios.
“Haz que sienta tu amor en la mañana, porque confío en ti, hazme saber el camino que he de seguir, porque levanto mi alma hacia ti” (Sal 142)
Sabiéndonos peregrinas, unimos nuestra experiencia al pueblo de Israel, que a pesar de estar en el desierto, no dejaba de sentir a Dios muy cerca. (Ex 16,2-4.12-15)
Una nueva experiencia, un tiempo propicio para crear en nuestro corazón espacio al hombre nuevo, la nueva condición que nos recuerda hoy San Pablo. (Ef 4,17.20-24)
No hay comentarios:
Publicar un comentario