Jesús, tú no te contentaste con anunciar la llegada del Reino, sino que saliste a los caminos y al recorrer sin descanso los pueblos de Galilea empezaste a crear algo nuevo. Así, casi sin nada, ligero de equipaje, con la confianza puesta en el Padre y la pisada ágil, pero segura, fuiste haciendo camino, invitando a seguirte y a mirar al horizonte. Porque sólo así, mirando el horizonte que tú nos muestras, acogiéndolo y haciéndolo nuestro, podremos crear futuro.
A Abraham le hiciste ponerse en camino, algo así como “ponerse sus botas, coger su bordón y una mochila ligera”, y le invitaste a mirar el horizonte:
“Sal de tu tierra… a la tierra que yo te mostraré.
Haré de ti un gran pueblo y te bendeciré…
Mira al cielo y cuenta las estrellas.
Así será tu descendencia” Gn 12, 1; 15, 5
Y a Moisés le pediste que se descalzara, le presentaste una tierra nueva y le pusiste en camino con su pueblo:
“Quita las sandalias de tus pies,
porque el lugar en el que estás es tierra sagrada.
Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham.
Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto …
he bajado para librarle de la mano de los egipcios
y para subirle de esta tierra
a una tierra buena y espaciosa; una tierra que mana leche y miel”
Ex 3, 5.7-8
Eres, Señor, el Camino, y hoy has caminado con nosotros. Has dejado tu huella y nos has invitado a seguirte, pisando en ella. A lo largo del día has sido nuestro apoyo, has recogido nuestro cansancio y alentado nuestro esfuerzo, y nos has enseñado que sólo con el corazón ligero y la fe puesta en tu Palabra podemos caminar por los senderos de la vida, que sólo si seguimos tu paso y el ritmo de tu huella y nos abrimos a tu horizonte experimentamos el gozo de tu manifestación en la vida. Señor, hoy has hecho camino con nosotros. Gracias.
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