No hay brisa si no alientas, monte si no estás dentro,
ni soledad en que no te hagas fuerte.
Todo es presencia y gracia, vivir es este encuentro,
Tú por la luz y el hombre por la muerte.
Palabra de Dios: Mt 25, 31-40
“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregados ante él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.” Entonces los justos le responderán: “Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?” Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos, más pequeños, a mí me lo hicisteis”
El camino nos da la oportunidad de conocer otras formas de vivir y de mirar el mundo. Amplia nuestros horizontes y nos hace por ello más humanas. Pero también nos da la oportunidad de sentirnos, quizá como nunca antes en nuestras vidas, necesitadas de los demás, y por ello, inmensamente frágiles y pobres. En el camino dejamos todas nuestras seguridades y nos disponemos a aprender a recibir; a acoger como regalo todo lo que los demás, los otros peregrinos, las gentes del camino, quieran darnos y que nosotras necesitamos para nuestra propia supervivencia. Caminemos hoy aprendiendo a hacernos pobres, pequeños…
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