Es tradición provocar el asombro en los pequeños, con regalos que aparecen de forma misteriosa, y responden a lo que en secreto ellos habían pedido con tanta ilusión. El regalo expresa la complicidad del afecto y permite solemnizar, al menos una vez al año, EL AMOR, con frecuencia atrincherado por el ajetreo formal e informal del día a día.
De esto se trata en esta manifestación del AMOR: de derrochar generosidad, dando rienda suelta al maravilloso instinto de dar y recibir, expresando el cariño, alimento más eficaz para el sano crecimiento de los niños. Por eso en este día nos permitimos ser tratados como niños, o al menos deseamos que alguien se fije, apruebe, y adore al niño que llevamos dentro.
Quizás hoy se ha perdido un poco este sentido encantador pues la mayoría de nuestros niños tienen reyes todo el año. Pero estas inclinaciones naturales están arraigadas muy dentro. Y no sólo por tradicción o cultura, sino por cuestión de raza: la raza humana está hecha de este material: El Amor,
PUES ESTAMOS HECHOS A SU IMAGEN Y SEMEJANZA.
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