La santidad es responder a la llamada de Dios en cada momento de nuestra vida.
La santidad es seguir los pasos de Cristo acercándonos a los pobres y necesitados.
La santidad es escuchar el clamor del mundo y actuar para paliar un mínimo de dolor.
Los milagros los vemos cada día en las personas que se dan, que se parten y reparten por ayudar a los otros, en los trabajadores que tienen interminables horas laborales por un mínimo sueldo. en los padres que se desgastan por sus hijos, en las sonrisas de los niños y en el amor de los jóvenes.
Milagro es mirar más allá de lo que ven nuestros ojos, tocar el sufrimiento de los demás y hacerlo nuestro, andar por caminos que otros rechazan por miedo o temor...
Pero... hay personas que hacen que la santidad y los milagros sean especialmente significativos. Son aquellos que con su propia vida anuncian un mensaje de Amor incondicional, que no se dejan llevar por los otros y que son valientes para arriesgar hasta su propia vida.
Hoy, dos hitos de la Iglesia son elevados a los altares, al fin y al cabo es un reconocimiento público de la Iglesia por el bien que hicieron en su pontificado a tantas y tantas personas que se cruzaron con sus mensajes, entre las cuales me encuentro yo misma.
Estoy segura de que Juan XXIII y Juan Pablo II hace mucho tiempo que están cerca de Dios y que, desde arriba, hoy nos mirarán con ternura en su celebración.
¡Gracias Karol Wojtyla, gracias Angelo Giuseppe por vuestra vida entregada regando del Amor de Dios el camino de muchos!
Encar
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