el deseo de meditar tu Palabra;
Vete ilustrándome en su conocimiento
y haz que dedique a ello mi tiempo.
Así, no sólo soy útil para mi mismo,
sino que ejercito la caridad fraterna.
Te ofrezco mi inteligencia y mi palabra;
Poda todo error y toda mentira de mis labios,
y haz que tus Escrituras
sean mis placeres preferidos.
Haz que no me engañe yo con ellas,
y que a nadie confunda yo con ellas.
Concédeme esto, Señor mío,
Tú que eres luz de los ciegos y
fortaleza de los desvalidos.
Dame tiempo para escrutar los secretos
que has ocultado como tesoros en tu Biblia
y rastrear en cada página el sentido de tus mensajes.
Revélame el tesoro de sus significaciones,
porque tu voz es mi gozo.
Yo amo tu Palabra.
Dame lo que amo y derrama su significado
como lluvia sobre esta hierba sedienta de mi alma.
Que bebiendo así de ti, Señor,
admire desde tu potencia creadora en el Génesis
hasta el último segundo de la historia,
puerta para tu Ciudad Eterna.
Te lo repito, Señor,
mi deseo es conocer tu Palabra;
lo demás me lo darás por añadidura.
(San Agustín. Cf. Conf. XI, 2)
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