MATEO 21, 1-11
Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a
Betfagé, al Monte de los Olivos, Jesús mandó a dos discípulos, diciéndoles: Id
a la aldea de enfrente y encontraréis en seguida una borrica atada, con un pollino;
desatadlos y traédmelos. Y si alguien os dice algo, contestadle que el Señor
los necesita, pero que los devolverá cuanto antes. Esto ocurrió para que se
cumpliese lo que dijo el profeta: "Decid a la ciudad de Sión: Mira a tu
rey que llega, sencillo, montado en un asno, en un pollino, hijo de
acémila" (Is 62,11; Zac 9,9). Fueron los discípulos e hicieron lo que les
había mandado Jesús; trajeron la borrica y el pollino, les pusieron encima los
mantos y Jesús se montó. La mayoría de la gente se puso a alfombrar la calzada
con sus mantos; otros la alfombraban con ramas que cortaban de los árboles y los
grupos que iban delante y detrás gritaban: ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el
que viene en nombre del Señor! (Sal 118,25-26). ¡Sálvanos desde lo alto! Al
entrar en Jerusalén, la ciudad entera preguntaba agitada: ¿Quién es éste? Las
multitudes contestaban: Este es el profeta Jesús, el de Nazaret de Galilea.
NADA LO PUDO DETENER
La ejecución del Bautista no fue algo casual.
Según una idea muy extendida en el pueblo judío, el destino que espera al
profeta es la incomprensión, el rechazo y, en muchos casos, la muerte.
Probablemente, Jesús contó desde muy pronto con la posibilidad de un final
violento.
Jesús no fue un suicida ni buscaba el
martirio. Nunca quiso el sufrimiento ni para él ni para nadie. Dedicó su vida a
combatirlo en la enfermedad, las injusticias, la marginación o la desesperanza.
Vivió entregado a "buscar el reino de Dios y su justicia": ese mundo
más digno y dichoso para todos, que busca su Padre.
Si acepta la persecución y el martirio es por
fidelidad a ese proyecto de Dios que no quiere ver sufrir a sus hijos e hijas.
Por eso, no corre hacia la muerte, pero tampoco se echa atrás. No huye ante las
amenazas, tampoco modifica ni suaviza su mensaje.
Le habría sido fácil evitar la ejecución.
Habría bastado con callarse y no insistir en lo que podía irritar en el templo
o en el palacio del prefecto romano. No lo hizo. Siguió su camino. Prefirió ser
ejecutado antes que traicionar su conciencia y ser infiel al proyecto de Dios,
su Padre.
Aprendió a vivir en un clima de inseguridad,
conflictos y acusaciones. Día a día se fue reafirmando en su misión y siguió
anunciando con claridad su mensaje. Se atrevió a difundirlo no solo en las
aldeas retiradas de Galilea, sino en el entorno peligroso del templo. Nada lo
detuvo.
Morirá fiel al Dios en el que ha confiado
siempre. Seguirá acogiendo a todos, incluso a pecadores e indeseables. Si
terminan rechazándolo, morirá como un "excluido" pero con su muerte
confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no
rechaza ni excluye a nadie de su perdón.
Seguirá buscando el reino de Dios y su
justicia, identificándose con los más pobres y despreciados. Si un día lo
ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá como el más
pobre y despreciado, pero con su muerte sellará para siempre su fe en un Dios
que quiere la salvación del ser humano de todo lo que lo esclaviza.
Los seguidores de Jesús descubrimos el
Misterio último de la realidad, encarnado en su amor y entrega extrema al ser
humano. En el amor de ese crucificado está Dios mismo identificado con todos
los que sufren, gritando contra todas las injusticias y perdonando a los
verdugos de todos los tiempos. En este Dios se puede creer o no creer, pero no
es posible burlarse de él. En él confiamos los cristianos. Nada lo detendrá en
su empeño de salvar a sus hijos.
José Antonio Pagola
No hay comentarios:
Publicar un comentario