Oh Espíritu Santo, unción y sello del hombre interior: Tú te haces fuente de vida y santidad en nosotros y realizas maravillas en quienes se confían a ti.
Sé tú el Dios de nuestra interioridad; ilumina nuestra mente con tu claridad y prende en nuestro corazón el fuego de tu Amor; santifica nuestro cuerpo, alma y espíritu, para que brille tu poder obrando maravillas en tu Iglesia.
Dulce huésped de nuestras almas, aviva en nosotros el deseo y la necesidad de un diálogo personal contigo, que mantenga siempre vivo el espíritu de nuestra vocación. No permitas que te extingamos o te contristemos con nuestras infidelidades, tibiezas o resistencias.
Danos tu don de sabiduría, que nos lleve a contemplar y saborear la Palabra del Padre, para poder anunciar a los demás nuestra experiencia de Cristo.
Danos tu don de entendimiento, para conocer los puntos débiles de nuestra vida.
Danos tu don de piedad, que despierte en nosotros tus gemidos inefables haciéndonos suspirar: Abba, Padre.
Danos tu don de fortaleza, para velar y luchar, con entera fidelidad, allí donde nos sentimos más vulnerables.
Danos el carisma de discernimiento de los espíritus, para seguir sólo y siempre tus inspiraciones.
Destierra de nuestro corazón la tibieza y la desolación espiritual; la disensión, la inclinación a las cosas terrenas y el sofocante sentimiento de estar lejos de ti.
Haz que no disociemos nunca nuestra actividad apostólica y nuestro compromiso religioso.
Convierte cada instante de nuestra vida en una liturgia viva y una alabanza de gloria al Padre, al Hijo y a Ti, Espíritu Santo, que eres uno con ellos. Amén.
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