El brote es lo más frágil de la planta. Pues dar a luz; comenzar; empezar algo nuevo, se da siempre en fragilidad.
La planta enfrenta así, la realidad del mundo al que se hace presente: en fragilidad. Ante una realidad exterior que muchas veces le es hostil, ella confía en que no hay nada que pueda detener la fuerza incontenible con que la vida le crece dentro.
Nadie podrá nunca detener el brotar de la vida. Y aún cuando parezca que sí, basta quien no lo crea que lo intente, para que descubra que la fuerza de esa vida que en apariencia no brotó, sigue brotando, pero ahora dentro suyo.
Apostar al brote, es apostar a la fidelidad de los comienzos, a la fidelidad del primer amor. Es apostar a una fragilidad que guarde en ternura lo que va a crecer, y sea capaz de vencer hasta las cortezas más duras.
Apostar al brote es afirmar que vale la pena ponerse del lado de la vida; que vale la pena intentar; que vale la pena comenzar.
Porque el brote es a la planta, lo que la niñez al hombre y la miga al pan: si la planta deja de brotar, la sabemos muerta; si el hombre deja de ser niño, lo sabemos viejo; y si el pan deja de tener miga, lo sabemos duro.
La Eucaristía es ese brote de del Amor de Dios que al alimentar nuestra fidelidad a la vida, novedad y ternura, nos salva de la peor de las durezas: la del corazón.
Es el pan de la fragilidad de Aquel que siendo fuerte se hizo débil por nosotros, y en la fragilidad de su brote salido en nuestras manos, prepara la fragilidad con que un día, volvamos a brotar en las suyas.
Javier Albisu sj
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