La semana pasada, amanecimos con una noticia sobrecogedora, una fotografía de un niño sirio ahogado en una playa. Huía junto con su familia del horror de la guerra.
Lo normal a los tres años es verlos en la orilla con el bañador y no vestidos. Lo normal es verlos dando saltos y no tumbados de este modo: boca abajo y de lado, como escuchando el latido de la tierra, si es que ésta tiene todavía corazón. Lo normal a los tres años es que te hagas el muerto y no que lo seas, que sea divertido mojarte, que prefieras las olas grandes a las pequeñas, que le pidas al hermano mayor que te entierre vivo para que saques la cabeza y después, con el cuerpo embadurnado en arena, corras deprisa hacia el mar. Lo normal a los tres años es que poses para una foto en un lugar como éste y que nadie tenga que pixelarte la cara.
La fotografía ya forma parte del álbum migratorio de la infamia: un niño varado en la playa como si fuera un pez en pantalones cortos. Aquí tenemos una imagen que de verdad nos salpica como el ácido, evocadora del horror. ¿Cuántas fotos más tenemos que ver para utilizar el sentido común?
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