están llenos de sorpresas,
y más si vamos por la periferia
siguiendo tus huellas;
pues aunque tratemos de ocultarlos,
antes o después, se hacen presentes
quienes están condenados,
por nuestras leyes y costumbres,
a ser invisibles.
Danos tus ojos, tu corazón, tus entrañas, tu empatía
y compasión más viva…
Y líbranos de pedirles y exigirles lo que no les dignifica:
que cumplan nuestras leyes estrictamente.
Ayúdanos, Señor, a seguir tus pasos,
a dejarnos sanar para sanar a los hermanos…
Y si brota el agradecimiento,
que sea desde lo más hondo:
libre, sincero, espontáneo…
como el del leproso samaritano.
Florentino Ulibarri
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