Bienaventurado si, en aquello que haces, no eres negativo: verás que
hay muchas cosas positivas en ti.
Bienaventurado si, en lo que realizas, eres inconformista: porque
experimentarás que la mano de Dios te empuja a superarte a ti mismo.
Bienaventurado si, en tu camino, no vives de espaldas a los demás:
comprobarás que Dios te rodea con gente que te quiere.
Bienaventurado si, en lo que piensas, no buscas solamente tu beneficio
personal: alcanzarás felicidad promoviendo el bienestar de los demás.
Bienaventurado si, allá donde trabajas, vas al fondo de las cosas:
porque contribuirás a perfeccionar la creación del mismo Dios.
Bienaventurado si, en las pequeñas cosas de cada día, te mejoras y
potencias a los demás: descubrirás que la santidad se talla con pequeños
golpes.
Bienaventurado si, aún mirando al cielo, eres consciente de que tú
puedes hacer algo por la tierra: te dará satisfacción el sembrar el amor de
Dios en medio de los hombres.
Bienaventurado si, observando el mundo que te rodea, no te conformas
con ser un mero autómata y pides ayuda de las alturas: tus fuerzas lejos de
disminuir, serán inagotables por la presencia divina.
Bienaventurado si, ante tantas situaciones de miseria, tu corazón no se
endurece: Dios recordará las veces en que fuiste sensible.
Bienaventurado si, en la soledad que te acecha, descubres la comunión
con Dios y con tantos hombres y mujeres que te han precedido, sentirás en
propia carne el secreto de aquellos que murieron con esperanza: Jesucristo.
Bienaventurado si, a pesar de los tropiezos, te mantienes en pie: te
darás cuenta que la fidelidad es más auténtica cuando se prueba con las
dificultades.
Bienaventurado si, contemplando los santos de madera, no te confundes
con lo auténticamente importante: hay que tener buena madera para ser un buen
santo.
Bienaventurado si, contemplando a los santos, no te desanimas: ellos
también –en muchos sentidos- fueron como tú, de carne y hueso.
Bienaventurado si, rezando ante los santos, no miras demasiado arriba:
ellos vivieron comprometidos en la cruda realidad de aquí abajo.
Bienaventurado si, pensando en los santos, no los ves demasiado lejos:
porque forman parte de nuestra gran familia. La familia de los hijos de Dios.
Bienaventurado si, les das movimiento a los santos: porque lejos de
estar muertos son motor para nuestra vida, ejemplo para nuestras obras, aliento
para nuestras palabras.
Bienaventurado si, lejos de parecerte un imposible, descubres que la
santidad puede cambiar tu vida: el Espíritu encontrará contigo un aliado
perfecto para construir el reino de Dios en la tierra.
Bienaventurado si, lejos de sentirte un bicho raro, te ves original:
Dios te hará ser luz en la oscuridad y punto de referencia en una sociedad
donde se confunde todo.
Bienaventurado si, en la Eucaristía, encuentras una fuente para tu sed
y alimento para tu hambre, porque edificarás tu vida en los mismos cimientos
que los santos levantaron su propia existencia: el amor de Cristo.
Javier Leoz
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