LUCAS 2, 16-21
Cuando los
dejaron los ángeles para irse al cielo, los pastores empezaron a decirse unos a
otros: - Ea, vamos derechos a Belén a ver eso que ha pasado y que nos ha
comunicado el Señor. Fueron a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño
recostado en el pesebre. Al verlo, les
comunicaron las palabras que les habían dicho acerca de aquel niño. Todos los
que lo oyeron quedaron sorprendidos de lo que decían los pastores. María, por
su parte, conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su interior. Los
pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían
visto y oído; tal y como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, cuando
tocaba circuncidar al niño, le pusieron de nombre Jesús, como lo había llamado
el ángel antes de su concepción.
LA MADRE
A muchos les puede extrañar que la Iglesia haga
coincidir el primer día del nuevo año civil con la fiesta de Santa María, Madre
de Dios. Y, sin embargo, es significativo que, desde el siglo IV, la Iglesia,
después de celebrar solemnemente el nacimiento del Salvador, desee comenzar el
año nuevo bajo la protección maternal de María, Madre del Salvador y Madre
nuestra.
Los cristianos de hoy nos tenemos que preguntar qué
hemos hecho de María estos últimos años, pues probablemente hayamos empobrecido
nuestra fe eliminándola de manera inconsciente de nuestra vida.
Movidos, sin duda, por una voluntad sincera de
purificar nuestra vivencia religiosa y encontrar una fe más sólida, hemos
abandonado excesos piadosos, devociones exageradas, costumbres superficiales y
extraviadas. Hemos tratado de superar una falsa mariolatría en la que tal vez
sustituíamos a Cristo por María y veíamos en ella la salvación, el perdón y la
redención, que, en realidad, hemos de acoger de su Hijo.
Si todo ha sido corregir desviaciones y colocar a
María en el lugar auténtico que le corresponde como Madre de Jesucristo y Madre
de la Iglesia, nos tendríamos que alegrar y reafirmar en nuestra postura. Pero,
¿ha sido exactamente así? ¿No la hemos olvidado excesivamente? ¿No la hemos
arrinconado en algún lugar oscuro del alma junto a las cosas que nos parecen de
poca utilidad?
El abandono de María, sin ahondar más en su misión
y en el lugar que ha de ocupar en nuestra vida, no enriquecerá jamás nuestra vivencia
cristiana, sino que la empobrecerá. Probablemente hayamos cometido excesos de
mariolatría en el pasado, pero ahora corremos el riesgo de empobrecernos con su
ausencia casi total en nuestras vidas.
María es la Madre de Jesús. Pero aquel Cristo que nació
de su seno estaba destinado a crecer e incorporar a numerosos hermanos, hombres
y mujeres que vivirían un día de su Palabra y de su Espíritu. Hoy María no es
solo Madre de Jesús. Es la Madre del Cristo total. Es la Madre de todos los
creyentes.
Es bueno que, al comenzar un año nuevo, lo hagamos
elevando nuestros ojos hacia María. Ella nos acompañará a lo largo de los días
con cuidado y ternura de madre. Ella cuidará nuestra fe y nuestra esperanza. No
la olvidemos a lo largo del año.
José Antonio Pagola
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